El entorno
competitivo en el que vivimos desde que nos vinculamos al aparato productivo o
incluso antes, erróneamente nos ha indicado que los mejores siempre son los
primeros o aquellos que más ganan. En este sentido, nuestro sistema económico a
través del dinero permite valorar rápidamente y juzgar, sin miedo a
equivocarnos, las posiciones de líderes, seguidores y rezagados en dicha
competencia.
Entendemos que
la multiplicación de nuestro dinero y, por tanto, nuestra posición en la
medición del éxito depende de esa
variable que llamamos rentabilidad. Por eso, generalmente cuando hablamos de
inversiones lo primero que viene a nuestra mente es esa palabra rentabilidad. Aunque
por años predicamos que un mayor retorno implica indefectiblemente un mayor
riesgo, la realidad es que en muchas ocasiones olvidamos el significado del
riesgo y sus posibles efectos en nuestra vida o el desarrollo de las empresas
que lideramos.
Luego de
trabajar por años en finanzas y en el mercado de valores, asesorando todo tipo
de inversionistas, aún no deja de sorprenderme el hecho de que los
inversionistas no conocemos la rentabilidad que deseamos. Es lógico y absurdo a
la vez. Es lógico porque siempre queremos ganar más y nunca perder; preferimos
el 10% al 5%, el 20% al 10% y así sucesivamente. Es absurdo porque perseguir
siempre una rentabilidad superior puede conducirnos a escenarios indeseables.
En gran medida el
culpable de dicha situación es haber olvidado que la felicidad y la
tranquilidad de los inversionistas no radican en un número absoluto de
rentabilidad sino en tener productos que solucionen sus necesidades, sean
propicios a su situación particular y se adapten a sus expectativas. Precisamente,
el estudio Investor Happyness
señala que los inversionistas son felices cuando el desempeño de sus
portafolios alcanza el desempeño esperado, en otras palabras, se cumple con el
objetivo planteado.
Dado que es
difícil identificar un claro límite del apetito por rentabilidad, es necesario
recurrir a otras formas de seleccionar cómo y en qué invertir. Con total
certeza se puede conocer la aversión al riesgo del inversionista. Es decir,
saber exactamente qué nivel de pérdidas sobre el capital resulta tolerable para
cada persona. Este es un factor clave para realizar una buena inversión. El
proceso debe partir de la identificación de la tolerancia a las pérdidas, los
objetivos y necesidades del inversionista y, posteriormente, finalizar en el
diseño y ejecución de una estrategia diversificada que cumpla con los
parámetros descritos y procure maximizar la rentabilidad.
Mientras el
inversionista perciba que se tiene una estrategia definida y claramente
orientada a hacer realidad sus objetivos sin traspasar su umbral de tolerancia
a las pérdidas, es bastante probable que la palabra rentabilidad y la
competencia por obtener la más alta no sea el único factor para medir nuestro
nivel de éxito en tan importante gestión.
Merkle, Christoph and Egan, Daniel P.
and Davies, Greg B, Investor Happiness (January 22, 2014). Available at
SSRN.com